lunes, 20 de febrero de 2012

UN ASUNTO SERIO

SER HISTORIADOR NO ES CUALQUIER ASUNTO

Ignacio Madera Vargas, SDS

Me encontré en estos días, leyendo una de tantas enciclopedias de vulgarización que ahora nos ofrece la internet, con un artículo acerca de las condiciones para ser historiador. De inmediato me empezó la piquiña de escribir algo al respecto, ante la avalancha de escritos que han circulado en el mundo salvatoriano colombiano, desde el año pasado, con el calificativo o pretensión de ser históricos.

Un historiador serio debe ante todo ser capaz de enunciar las fuentes de donde ha tomado los hechos que narra; no vaya a ser que en lugar de hablar de lo que sucedió y tal como ha sucedido, hable de sus propias fantasías y por lo mismo deforme los acontecimientos pasados. No podemos olvidar que toda historia está mediada por la mente del escritor, su comprensión del mundo, sus intereses y su intencionalidad. Después de Arnold J. Toynbee[1] no es posible entender los acontecimientos fuera de su contexto civilizatorio.

Pero el problema no es tener intereses sino no decirlos, es decir, ocultar la intencionalidad de lo dicho, haciendo creer que lo que se dice es absolutamente inocente, y esto no es posible, todos los que escribimos tenemos una intencionalidad. Yo tengo la intención de pedir recuperar la seriedad de la historia salvatoriana a la manera de Alfred Schneble, Timoteus Edwein, Donald Skwor, Antony Kielbasa y Peter Van Meyl, por mencionar solo algunos.  Autoridades que han marcado la profundidad de sus trabajos, no solo con la claridad de sus fuentes y su formación académica para el acceso a las mismas, sino con el temple de su personalidad y el talante de fidelidad salvatoriana de sus vidas. Porque el historiador, no es ajeno al texto que produce, como cualquiera que escriba sobre asuntos de la vida, no se puede comprender a si mismo, al margen de lo que dice.

Para acceder a las fuentes se necesita tener las condiciones de posibilidad de conocimiento de las lenguas en las cuales se encuentran los textos originales, y no solo de la lengua, sino de los giros de significación de la lengua específica en la cual se producen esos textos. Por ejemplo, no es lo mismo saber griego moderno que saber griego de la koiné en el cual fueron escritos los relatos evangélicos. A este propósito, algunos suizos comentaban la dificultad del alemán gótico que utilizó Francisco Jordan (no olvidemos que fue un genio de las lenguas) para ellos comprenderlo y eso que el alemán es su lengua nativa. Urge entonces que para poder decir algo con autoridad se tenga un conocimiento, no solo aproximado o devoto de una lengua, sino un dominio técnico y profundo de la misma.

Y los textos no tienen sentido en sí sino en su contexto por ello, hacer historia exige un conocimiento del conjunto del momento de civilización en el cual se sitúa lo dicho. En el caso de Jordan, todas las corrientes de pensamiento de finales del siglo XIX, el movimiento eclesial y de vida religiosa, las ideologías políticas y los eventos singulares que buscaban respuestas a los grandes asuntos de ese tiempo, deben ser parte que señala la credibilidad de una historia que no solo desprende hechos de aquí y de allá, sino que sitúa en su contexto lo narrado.

Y finalmente, el estilo. La historia pide un estilo sereno y atractivo, austero y sugestivo. Cualidades no fáciles de lograr y que hacen diferenciar al historiador legítimo de todos los que así puedan pretender nominarse. Al fin y al cabo también, la malicia indígena, como el saber de razón, señalan intuitivamente, que la historia no se cocina a borbotones, sino que se depura y se decanta para poder ser lección del pasado que ilumina el presente e insinúa los retos, que de no ser asumidos, solo provocan la preservación de lo existente y la caducidad de las ilusiones. Definitivamente, ser historiador, es asunto serio.



[1] Toynbee, A.J. A Study of History, Es una obra histórica y filosófica en la que se contienen las principales ideas del historiador.  Fue publicada en doce tomos, entre los años 1933 y 1961

jueves, 16 de febrero de 2012

SUFRIMIENTO Y MISERICORDIA: ESPERANZA PARA LAS VÍCTIMAS

INTRODUCCION

El titulo de esta reflexión parece afectado por una contradicción o al menos por una polisemia metafórica que es necesario clarificar; porque ¿qué significa que el sufrimiento y la misericordia sean esperanza para las víctimas. Que lo sea la misericordia, pasa ¿pero el sufrimiento? Cuando un slogan bastante difundido en este país lo que se nos dice, desde algún tipo particular de discurso religioso es: “pare de sufrir”?

Bien, yo quiero dar una mirada que quiero llamar teologal al ser compañeros de la pasión, del dolor, de la angustia y del amargo sabor de soledad de las víctimas de la violencia de esta patria acostumbrada de tal manera al sufrimiento que ya no se da cuenta que lo tiene gimiendo alrededor.



SUFRIMIENTO

En una cultura individualista, marcada por el egoísmo y la búsqueda del propio interés se vuelve irrisorio pensar en el valor del sufrimiento. ¿Para qué puede servir el sufrimiento de las víctimas? Cómo el sufrimiento de una madre a la que le han arrancado los hijos de sus entrañas para asesinarlos frente a sus propios ojos, puede tener un valor? ¿Cómo pensar que vale la pena el dolor de dejar el terruño y salir a deambular por los meandros malolientes de los tugurios de todos los alrededores de ciudades y pueblos? ¿Cómo darle valor al hecho de haber sido forzado a vender las tierras de tantos herederos para saciar la voraz insatisfacción de los victimarios de todos los talantes?

Solo más allá de toda lógica, solo más allá de toda ley, solo más allá de toda racionalidad…más allá de lo evidente, allí donde es posible una respuesta que desborda todo puede venir la consolación. Y este es el lugar de la fe: la resistencia ante sufrimiento, la entereza y la capacidad de re hacerse, no importa cuál ha sido la intensidad del dolor.

La fe es una manera de posicionarse ante el dolor y el sufrimiento. Un modo de asumirlo a partir de la trascendencia del sufrimiento en la seguridad de que éste no es la finalidad del ser humano, que ningún sufrimiento que provenga de la injusticia, de la maldad corporificada en procesos humanos de destrucción de la vida y degradación de lo derechos fundamentales a vivir y desarrollarse como hombres y mujeres libres, contradice la voluntad de Dios al crear y perpetúa la suerte del inocente injustamente condenado y del que, por las cosas que dijo, por la manera como se plantó al interior de los movimientos socio religiosos y por el modo como asumió el conflicto mayor que fueron los juicios inicuos y el asesinato, por todo eso, fue confesado como Señor y Cristo.

Entonces queda claro que el sufrimiento no es la última palabra sobre lo humano. Y eso es claro para quien se ha decidido a vivir la vida iluminada o iluminado, soportado o sostenida por la palabra que se constituye como buena nueva, como salvación de todo dolor y toda condena. El sufrimiento no tiene sentido por sí sino en la orientación y la manera como puede integrarse en un espectro mayor de búsqueda de liberación. Acompañar en el sufrimiento a las víctimas es estar allí dando un sentido a la búsqueda de superación de las causas que generan tanta falta de justicia y tanta carencia de compasión.

Desentrañar las causas del sufrimiento y señalar a los responsables del mismo es la primera actitud de compañía a las víctimas. Señalar el horizonte de una posibilidad de salida porque el dolor no es la última palabra que puede ser pronunciada es señalar hacia una ruta que, no por ser muchas veces oscura e impredecible, deja de ser ocasión de mantener la entereza y la resistencia. Acompañar en el sufrimiento no es estar ahí dando razones sino estar ahí descubriendo fortaleza y señalando horizontes de superación de tanto dolor y llanto, para que otros no tengan que vivir la condición de víctimas inocentemente condenadas. Porque al victimario se le hará justicia como a la víctima igualmente se le hará, aunque los que ostentan efímeros poderes sigan decidiendo y destruyendo


jueves, 9 de febrero de 2012

A PROPOSITO DE MI CUMPLEAÑOS

Ignacio Madera Vargas

El pasado seis fue mi cumpleaños. No fue un día como otros años. Fue sin mayores sobresaltos y sin grandes fiestas. Un almuerzo con los cohermanos en un delicioso restaurante y una cena sencilla con las Hermanas que comparten su misión con la nuestra en la casa de la comunidad.

Pero sí fue un día de grandes reflexiones sobre tantas cosas. Y por ello, este escrito, que no se de quién es, expresa muchos de los pensamientos que vinieron a mi mente e hicieron vibrar mi corazón, porque me hice conciente del precio que pago por vivir mucho de lo dicho en él y lo que seguiré buscando en el espíritu de estas letras.  Aquí les dejo:


¿Cuantos años tienes?
 ¿ Qué Cuantos años tienes?

Qué cuántos años tengo?
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo:
Gritar sin miedo lo que pienso...
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo
desconocido...
Pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza
de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuantos años tengo! ¡No quiero pensar en
ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo, y otras que estoy en el
apogeo.
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino
lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios
para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero,
para reconocer yerros viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.

Ahora no tienen porque decir:
¡Estás muy joven, no lo lograrás!
¡Estas muy viejo, ya no podrás!
Tengo la edad en que las cosas se miran con mas calma, pero con el
interés de seguir creciendo.

Tengo los años en que los sueños, se empiezan a acariciar
con los dedos, las ilusiones, se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
Y otras es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

¿Qué cuantos años tengo?
No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas...
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cuarenta o cincuenta!
Pues lo que importa
¡Es la edad que siento!

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo?
¡Eso a quien le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento.

Autor desconocido

>

jueves, 2 de febrero de 2012

ACERCA DE LA POBREZA Y LA INSERCIÓN

Opción por los pobres e inserción


Ignacio Madera Vargas


La necesidad de optar por los pobres fue una invitación a la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II. Ya antes del Concilio el entonces cardenal Lercaro había propuesto que el tema del Concilio fuera la Iglesia de los pobres o la Iglesia pobre. Creo, que muchas cosas habrían sido distintas realmente si el Concilio se hubiera ocupado de esto. La lectura que del Concilio hizo la conferencia de los Obispos Latinoamericanos en Medellín en 1968 significó una corriente de aires nuevos en las iglesias del continente, ella se expresó en que los pobres empezaron a entrarse en el universo de la Iglesia, en su teología, en sus propuestas y organizaciones, en su rostro, en su espíritu.



Medellín descubrió que los pobres son las mayorías en la Iglesia y que la Iglesia no estaba lo suficientemente cercana a ellos. Por ello empezamos a hablar de la necesidad de una opción por los pobres que luego Puebla ratificó como opción preferencial por los pobres dibujando con una claridad sin igual quiénes son los pobres en el famoso texto de los rostros. Sin embargo muchos y muchas volvieron la opción por los pobres un tema entre tantos temas. Las discusiones acerca de la pobreza de espíritu, de la posibilidad de ser rico en dinero y pobre en corazón, la radicalización de posturas en algunos y algunas acerca de los modos de vestir, de viajar, de comer; el rechazo a algunas proyecciones clásicas de la vida religiosa como la educación o la crítica ante la existencia de edificaciones suntuosas o de modos de vivir sofisticados fueron creando unas discusiones sin final que al mismo tiempo provocaron algunos pronunciamientos y medidas de la autoridad eclesiástica.



Pero los pobres continuaban allí. Y por uno y otro rincón del continente ellos comenzaron a vivir de otra manera su presencia en la Iglesia. Ellos empezaron a enseñar a muchos religiosos y religiosas que se eximieron de hacerles un tema de discusión para insertarse en medio de ellos, vivir con ellos y sentir su vida, aprender de su fe a vivir la propia fe y a crear una nueva expresión de la espiritualidad.



Insertarse entre los pobres, no es irse a vivir con ellos

Insertarse entre los pobres no es hacer obras sociales para los pobres

Insertarse entre los pobres no es vivir las limitaciones de los pobres



La inserción tiene algo de todo esto pero no consiste en esto. Insertarse entre los pobres es asumir la mirada de Jesús para con su pueblo, aceptar que ellos son los favoritos del Reino, que a ellos se les anuncia el evangelio, que el seguimiento de Jesús significa dejar y dar a los pobres, que la salvación se define por lo que hemos hecho con uno de esos pequeños nuestros hermanos y hermanas. Es decir, nos insertamos en medio de los pobres para realizar la propuesta de Jesús para con nuestras vidas. Por ello:



Insertarse entre los pobres es buscar vivir el universo positivo de los pobres y luchar por superar sus universos negativos. No optamos por la pobreza sino por los pobres, eso debemos retenerlo con claridad. La pobreza en sí misma y por sí misma es un mal, porque genera sufrimiento y muerte. La inserción entre los pobres y la lucha por su causa es para que ellos mejoren su calidad de vida, para hacerles conscientes del entramado mundo que les ha llevado a estar como están para desentrañar el contenido liberador de su fe, para provocar el desarrollo de sus nuevos ministerios y para sentir que solo las vivencias comunitarias y la organización solidaria pueden ayudar a superar las grandes limitaciones que les impone la pobreza.



Insertarse entre los pobres es asumir, no solo las limitaciones y los peligros de los sectores populares sino también su capacidad de resistencia, su optimismo y su paciencia. Es decir, es asumir el modo de ser humano de los pobres en todo lo que tiene de Dios para vivir en la lucha por la construcción del hombre y la mujer nuevos en Cristo Señor.